Gorkula

Las cosas que perdimos en el fuego, de Mariana Enriquez

A ver si me acostumbro a publicar por aquí más reseñas de libros, que luego no me acuerdo de lo que he leído, de qué iban los libros que he leído ni si me han gustado o no.

La primera vez que leí sobre Mariana Enriquez fue en Observando hace ya algunos años. Hace algo menos, un oyente se la recomendó a Bret Easton Ellis en su podcast, pero él dijo que no estaba interesado porque no quiere leer traducciones, aunque era consciente de que se trata de una buena escritora. No sé por qué no me ha dado por sacar sus libros de la biblioteca de Chicago, pero ahora que estoy de visita en Valencia lo he hecho.

Las cosas que perdimos en el fuego es un libro de relatos de terror. Creo que es el género en el que usualmente navega Mariana, pero no estoy seguro.

En realidad quería sacar prestado Los peligros de fumar en la cama, pero no estaba disponible, así que acabé sacando este.



No tenía ni idea de lo que esperar. Hacía tiempo que no cogía un libro sin saber la temática ni conocer a la autora. Fue un salto de fe que salió bien. Muy bien.

La lectura al principio se hace un poco extraña. No es solo el español de argentina, sino que Mariana escribe con una cercanía que te hace estar ahí, aunque nunca hayas estado ahí. No es como entrar a un mundo de ficción donde has de hacer un ejercicio de suspensión de incredulidad, donde has de aprender leyes de un universo nuevo. Es el mundo que ya conozco, con una cultura que no me es familiar y entonces se añaden los elementos de misterio y terror.

Cuando leo un texto con elfos o vampiros me es más difícil entender las emociones de los protagonistas porque no tengo ni idea de lo que se siente al ver un elfo o un vampiro. La escritora debe hacer un esfuerzo extra para describir las sensaciones. En el caso que nos ocupa, al ser todos humanos viviendo en una Argentina real, las emociones que sienten los personajes son las mismas que puedo sentir yo, y por lo tanto, cuando los elementos sobrenaturales o que rompen la cotidianeidad se dan, mi reacción es real.

Durante la lectura de los doce relatos que componen esta colección pude observar ciertos patrones o elementos comunes. Imagino que con un análisis en profundidad se podría encontrar un significado más allá del puro entretenimiento, que es la óptica a través de la cual he leído yo los relatos. En realidad la crítica social está muy presente y para darse cuenta de esto no hace falta ningún análisis en profundidad. Hablo de lo que va más allá de lo obvio, aunque lo obvio puede ser diferente según la persona que lea.



Entre los puntos comunes, los que más me llamaron la atención son:

La presencia de niños pequeños o enanos. Lástima que cuando tomé las notas no apunté ejemplos pensando que me acordaría. En el primer relato, El chico sucio,
es el propio chico que da nombre al relato. Pero aparecen más niños y se ejerce una violencia sobre ellos de tal modo que si alguien te escuchara comentando el relato en una cafetería sin conocer el contexto pensaría que estás enfermo. Lo mismo ocurre en Pablito clavó un clavito. Acabo de buscar Petiso Orejudo y resulta que fue un personaje real. Después de leer sobre sus atrocidades, descubrir esto me ha dado muy mal rollo.

En al menos dos relatos aparecen chicas jóvenes, en edad de estudiar, que desean estar flacas y blancas como esqueletos. Creo recordar que en otro relato se cita la anorexia y la muerte voluntaria por dejar de comer.

En general los novios y maridos están presentados como personas estúpidas y necias. Tristemente estoy bastante familiarizado con este tipo de personas. No seré yo el que empiece con eso de "pero es que no todos los hombres somos malos/iguales". A los hombres de estas historias dan ganas de echarlos vivos a una fosa común. Donde esto alcanza el cenit es en el último relato, el que da título al libro. En este relato el rechazo que los hombres producen a las mujeres es tal que ellas deciden quemarse vivas para que los hombres dejen de sentirse atraídos por ellas. También me ha resultado curioso que son los hombres de estos relatos los que quieren tener hijos y no las mujeres, como nos hacen creer siempre en la vida real.

El último punto que tengo apuntado (aunque pensé varios más que no apunté) es la excesiva violencia gráfica. Cuando la historia me lo ha permitido, he disfrutado de ella. Cuando la historia era demasiado cercana, me ha conmovido y me ha hecho reflexionar. En ambos casos creo que ha sido una violencia necesaria para engrandecer las historias. Por violencia gráfica hablo tanto de violencia física como emocional. Aunque se describan amputaciones, llagas y otras heridas físicas, hay bastantes momentos en los que uno puede llegar a sentir verdadera compasión por los personajes. Digo verdadera porque tengo la sensación de que también hay una falsa compasión. La falsa sería la de pobrecitos niños en África que no tienen para comer, la verdadera sería la de como me pase eso a mi voy a dedicar el resto de mi vida a terminar contigo y todo lo que tenga que ver contigo.



Mis tres relatos preferidos, por orden de aparición, han sido: La casa de Adela (casas encantadas), Bajo el agua negra (Lovecraftiano) y Las cosas que perdimos en el fuego (crítica social).

El libro me ha gustado tanto que quiero comprarlo para tenerlo siempre en casa. El problema es el de siempre, el precio. Casi 20€ por un libro de menos de 200 páginas. Busqué en apps de segunda mano, y con gastos de envío sale más caro que comprarlo nuevo. Me quejo, porque sé que voy a querer comprarme todos los libros de Mariana Enriquez y me van a salir por cientos de euros, y a ella le llegarán tres o cuatro.

Cuando lo devolví miré a ver si estaba disponible Los peligros de fumar en la cama. No lo estaba. Esta vez saqué una novela, Bajar es lo peor. Quiero leer todo lo que ha escrito Mariana. Me declaro fan.
#libros #mariana enriquez

Hoy he tomado tres cafés y dos cocacolas. No puedo dormir.

Extraños eones, de Emilio Bueso

No tenía este libro en la lista de pendientes hasta que me topé con una reseña antigua en Susurros desde la Oscuridad.

Una mañana que salí a tomar un café aproveché y pasé por la biblioteca de Benimaclet, en la que tenían un ejemplar disponible. Me senté en la acera a esperar a un amigo y allí mismo lo empecé. Me dio tiempo a leer algo más de una decena de páginas y a punto estuve de decirle a mi amigo que no viniera, que me tenía que ir a casa a leer. Estaba enganchado.

¡Cuidado! En el texto hasta la siguiente imagen destripo parte de la trama y doy detalles que, si quieres leer el libro, seguramente no quieras leer aquí.

El libro es una adaptación del Flautista de Hamelín. El propio libro lo comenta en un par de ocasiones. Sin embargo, en esta versión las ratas son niños y el flautista son unos hombres polilla al servicio de Azathoth. O Nyarlathohep.

La historia transcurre en su mayoría en un cementerio de El Cairo en el que pasan más cosas que en toda Valencia. También hay un par de capítulos en Barcelona y en las entrañas de Azathoth. O algo así.

La primera mención a algo relacionado con Los Mitos se da una vez transcurridas 80 páginas. Al menos una obvia que yo haya entendido. Aún así la historia es entretenida y no necesita de sectarios o dioses primigenios para mantenerte enganchado.



Donde el libro flaquea, en mi opinión, es en el estilo. A ratos pienso que el autor quiere ser cercano e informal, usando una estructura más propia de la lengua hablada que de la escrita. A veces la repetición de algunas frases me recuerda a las sevillanas o a los anuncios de la radio, en los que se repite la misma información de diferentes maneras para que el oyente se quede con el mensaje. Pero esto en papel no funciona. Resulta curioso las diecisiete primeras veces, pero a la dieciocho te preguntas si el libro hubiese perdido la mitad de su grosor de omitir estas repeticiones.

Otra cosa que me resultó insoportable y me hizo poner el libro al lado durante un par de días es la cantidad de adjetivos que usa. No los usa de manera descriptiva, sino para generar ansiedad. Un ejemplo concreto se puede ver en la contraportada del libro, donde define a Azathoth como "... primer motor del caos, de la antítesis de la creación, del necio sultán de los demonios, del que roe, gime y babea en el centro del vacío final". En la contraportada queda bien porque solo lo describe así una vez, pero en el libro le añade una lista de adjetivos nuevos y repetidos cada vez que habla de él. A la tercera vez tenemos una idea clara de cómo es Azathoth, no hace falta seguir repitiéndolo.

Pero los adjetivos no se quedan ahí. Es como si hubiese pasado el texto por una inteligencia artificial que sugiriese cambios aleatorios de sinónimos. De vez en cuando se quedaba atascado en uno y lo usaba varias veces en la misma página. Estos momentos eran obvios porque el adjetivo repetido no es uno que ueses a diario a no ser que fueses descendiente de Góngora.

No quiero ser demasiado injusto, porque el libro tiene ya una década y a lo mejor es de cuando el autor empezaba. Todos queremos parecer listos cuando empezamos en algo.

Otro punto es que puede que intentara copiar el estilo de Lovecraft. El problema es que Lovecraft escribe en otra lengua donde, por ejemplo, puedes convertir cualquier sustantivo en verbo o adjetivo. Las reglas son diferentes.

 

Como conclusión decir que el libro me ha gustado. He cogido cariño a los personajes y he sufrido y he disfrutado con ellos. Pasará un tiempo hasta que lea algo del mismo autor y pueda comprobar de primera mano si el estilo fue algo pasajero o un sello de identidad.
#libros

Muerte a la ducha

#valencia

Un intento de copiar He-Man. Quiero aprender a dibujar y he decidido empezar copiando “bárbaros”.

#dibujo